Camino a la adultez bajo el furor de la ciudad
Juan Carlos Suárez Revollar
Hace más de cincuenta años un desconocido Oswaldo Reynoso publicó Los inocentes. Su lenguaje vigoroso que reproduce el argot del hampa y su abordaje de una temática descarnada a calzón quitado le trajeron muchos problemas y censuras, pero eso no ha evitado que se convierta en uno de los hitos de la narrativa peruana.
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Cubierta de la primera edición, de 1961. |
Hay dos mundos en los cinco cuentos de Los inocentes (libro cumbre de Oswaldo Reynoso, publicado en 1961): el apenas sugerido y lejano de la gente bien, y el otro, en el que se mueven sus personajes, jóvenes pobres y sin futuro que pasan los días robando, pegándose, jugando, enamorando. El libro recoge su hablar, sus sesgos idiomáticos; así, cada lisura, cada jerga, hace más tangible el ambiente bohemio de una Lima caótica, creciente, poblada por gente que vive al margen.
Los cinco protagonistas son miembros de una misma collera y habitantes de un mismo barrio. Resalta en ellos una sexualidad rabiosa de adolescentes ávidos de cohabitar con una mujer y pasar así a la fila de los adultos, pero también para autoafirmarse, como ocurre con Cara de Ángel, cuyas facciones demasiado delicadas afectan su masculinidad. El sexo, junto a la presencia femenina, es el desencadenante de los conflictos. La función de las mujeres en el libro es demostrar que todavía son niños inexpertos. Constituyen una debilidad, no importa lo rudos o arrojados que demuestren ser, nada pueden ante ellas. Los Inocentes se encuentran en una fase de aprendizaje, de maduración, pero en tanto eso ocurre, van a sufrir los desengaños que la interacción con el otro sexo les depara.
Los códigos de honor y las bravuconadas son más bien aparentes, pues hay en estos muchachos un tufillo de sufriente soledad y desamparo. Es la razón de su apremiante necesidad de ser adultos para liberarse, sin importar si acaban como vividores o ladrones. Por eso se aferran a gente adulta, sea como modelos o benefactores: Carambola a Choro Plantado, Colorete a sus amantes maduros y ricos, o el Príncipe a Manos Voladoras, el mariconcito de barrio que, pese a saber que no será aceptado como amante, se conforma con dar esa ternura maternal negada en las familias.
El autor inserta un nuevo nivel narrativo en forma de acotaciones entre paréntesis. Colocadas a manera de digresiones, contienen pequeños recuerdos o respuestas hipotéticas que contextualizan y amplían la información sobre aquello de que se está hablando. Explora así los pensamientos que sus personajes se niegan a revelar al otro, de forma que en su diálogo es únicamente el lector quien conoce todo cuanto ocurre.
En el último cuento el narrador hace su entrada como agente más activo y mantiene un tú a tú con el protagonista. El Rosquita es el más puro de los cinco personajes, aquel que todavía no se ha perdido. En sus patéticos intentos por ser adulto, malo y frío, se nota con mayor nitidez que es todavía un muchacho. Pero se deja entrever que no tiene salvación, pues —como los demás— será engullido por las tentaciones del dinero y el submundo de la ciudad.
Los cinco relatos se complementan, no solo en los ambientes y personajes comunes, sino en que cuanto se revela en uno también sirve de soporte para la narración de los otros. Cada cuento es protagonizado por un integrante de la collera, aunque queda la impresión de que el sexto miembro más tangible, Natkinkón, no alcanzó a tener los honores de su propia historia.
Los inocentes se ha convertido en pieza fundamental de la narrativa peruana, solo equiparable dentro de la obra de Oswaldo Reynoso con la novela En octubre no hay milagros. Polémico o no, su belleza tosca, sórdida, seguirá perturbando (y marcando el camino) a los nuevos escritores.
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Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931). Foto: Nadia Cruz. |
Oswaldo Reynoso
Nacido en Arequipa en 1931, es autor del poemario Luzbel (1955), del volumen de cuentos Los inocentes (1961; y publicado también bajo el título de Lima en Rock), y de las novelas En octubre no hay milagros (1966), El escarabajo y el hombre (1970), En busca de Aladino (1993), Los eunucos inmortales (1995), El goce de la piel (2005), Las tres estaciones (2006) y En busca de la sonrisa encontrada (2012).
Publicado el sábado 31 de setiembre de 2013 en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo de Huancayo.