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domingo, 30 de junio de 2013

“Literatura de Junín”, de Isabel Córdova Rosas

La antología de toda una región

Juan Carlos Suárez Revollar
Desde sus inicios, cada región, en su camino de pueblos a pequeñas urbes y después a grandes ciudades, va viviendo hechos que se convierten en historia. Pero lo que recoge la historiografía, lo reproduce también la literatura en clave de ficción. Así, gracias a ella, vamos conociendo a los pueblos, en su génesis con los relatos orales (que incluso pueden remontarse a tiempos anteriores a la humanidad, o a animales u objetos animizados, de aquellos que fueran abordados por los relatos de Pedro Monge o Adolfo Vienrich; o, claro, también los mitológicos de Carlos Villanes Cairo o Gerardo Garcíarosales, estos últimos valiosísimos autores cuya obra ha recorrido otros derroteros) hasta formas estéticas sofisticadas y sólidas, como del también huancaíno Augusto Effio.
Lo regional puede entenderse como aquello que corresponde a un contexto geográfico, muchas veces restringido por límites arbitrarios; en otros, por caracteres comunes de idioma, creencias, aspectos étnicos, costumbres, o cuanto elemento adicional contribuya a unir a un grupo dentro de una misma identidad. Es dificilísimo reunir la totalidad de la literatura de una región, y mucho más si se trata de un lugar como Junín, con un crecimiento veloz. El intento de Isabel Córdova Rosas es brillante, pues recorre los años y los espacios geográficos en que vivieron y escribieron las decenas de autores cuya obra compone Literatura de Junín.
A través de sus varias ediciones —la primera se remonta a 1971—, este libro ha ido tomando el pulso a la literatura de esta región: recogió textos de los autores más importantes del pasado, enriquecidos con los de aquellos que alcanzaron relevancia cuando el libro era publicado y, más aún, incluía a autores iniciáticos, quienes empezaban a construir su obra. Poner en valor la larga tradición literaria con la actualidad e, incluso, el futuro, por incierto que sea, ha hecho de Literatura de Junín un libro influyente. Y por exagerado que parezca, estar en él significa para un literato existir como tal.
Muchos autores que en ediciones anteriores eran presentados como promisorios, hoy son reputados escritores, cuyos libros son de consulta obligada al vincularlos con la literatura de Junín. Es el caso, entre estos últimos, de Edgardo Rivera Martínez, Laura Riesco o Carlos Villanes Cairo, quienes aparecían entonces junto a autores ya consagrados, como Eleodoro Vargas Vicuña, Juan Parra del Riego o Serafín Delmar. Recientemente María Teresa Zúñiga o Sandro Bossio, dos de los más interesantes autores de la actualidad local, eran antologados en calidad de autores prometedores. Por eso este libro nos dará una panorámica de lo que fue, es y será la literatura de esta parte del país.
El libro ha sido dividido en varios bloques, antecedidos por un profundo ensayo que hace un recuento analítico de las decenas de autore  s que, muy a su modo —y unos en mayor medida que otros—, han contribuido con la gestación de la literatura de Junín. Isabel Córdova agrupa en un solo volumen una obra dispersa, muchas veces desconocida aunque valiosa. Visto como un todo, constituye un bloque fuerte, cuya identificación común —lo juninense— ya puede difundirse para contribuir con la cultura, y mucho más, con la literatura del Perú.
* Extracto del texto leído durante la presentación de Literatura de Junín en la Feria del Libro Zona Huancayo.

lunes, 1 de octubre de 2012

«El diablo en la ideología del mundo andino», de Isabel Córdova Rosas

¡Diablos en la literatura oral andina!

Juan Carlos Suárez Revollar

La literatura oral ha constituido, desde el albor de los tiempos, la mejor forma de transmitir saberes e ideas de una generación a otra, a través de historias que funcionaban como parábolas o lecciones de vida. Con el paso de los años, y ya en tierras americanas, los conquistadores españoles comprendieron que podía utilizarse como una potente herramienta de control social.
Esa es una de las conclusiones que esgrime la escritora huancaína Isabel Córdova Rosas en su ensayo El diablo en la ideología del mundo andino. Pero la afirmación más relevante del estudio es que la figuración demoníaca y todas sus variantes no formaban parte del imaginario andino prehispánico, sino, más bien, fueron introducidas con la llegada de la cultura ibérica a la sierra central.
Debido al limitado alcance de las leyes para reglamentar el comportamiento de las gentes, había la necesidad de buscar una forma de rebasarlas para establecer reglas de conducta que eliminaran faltas como la lujuria, el incesto o cualquier otra actuación inmoral, como parte de un control social sistemático. Es entonces que se echó mano de las mitologías occidentales: la dualidad de Dios y el diablo para cumplir la función de castigar el comportamiento pecaminoso en una esfera mística y sobrenatural que rebase el alcance humano.
El mundo de los wankas prehispánicos —nos dice Córdova Rosas— estaba dividido en tres estadios: el superior, o de las deidades; el medio, de los hombres y animales; y el interno, de los muertos y gérmenes. «El diablo o demonio —agrega— no habita en ninguno de esos espacios», ni siquiera en el último, que «jamás podría ser considerado el lugar de castigo o el infierno de la civilización occidental». Eso prueba que el diablo no existía en el imaginario andino antes de la inserción de la cultura europea.
La primera identificación formal del término diablo —o supay— en quechua fue en 1608 por el jesuita Diego González Holguín. Para entonces ya se había incorporado su figuración entre los hombres andinos. Pero no se trata del mismo diablo europeo, sino de un personaje basado en este, que incluyó elementos tomados de las tradiciones locales para matizarlo, hacerlo más creíble y, específicamente, entendible y fácil de interiorizar. En la tarea de implantarlo en la cosmovisión del aborigen —nos dice Córdova Rosas— «intervino con un rol preponderante la literatura oral para establecer el control social. De esa forma, a la prédica, al sermón y al exorcismo se unieron relatos orales con los que se trataba de inculcar la existencia del demonio y los castigos a los que se verían sometidos quienes cayeran en sus redes».
Isabel Córdova Rosas.
El momento de la inserción del diablo al pensamiento colectivo andino habría sido cuando el español descubrió que pervivían diversos «actos litúrgicos aborígenes destinados a rendir culto a las deidades nativas», por lo que se recurrió al diablo como culpable de esa «actitud resistente a la ideología religiosa prehispánica». La autora afirma que «fue entonces cuando se aprovechó con eficiencia la mentalidad animista y supersticiosa del aborigen  para inculcar, dentro de sí, una serie de mitos sobre el diablo, que la literatura oral se encargó de difundir, acrecentar, retocar y, en la mayoría de las veces, darle un carácter burlesco».
Córdova Rosas ha identificado al menos seis categorías de la figuración demoníaca en la narrativa oral: diablos, condenados, mulas, jarjarias, joljolias y uman tactas. Destacan los relatos donde el diablo es más bien burlado y el héroe de la historia —que por sus características, sería más bien un antihéroe— sale bien librado y dueño de una inmerecida recompensa. Pero también hay una connotación erótica, pues el diablo siempre seduce a las mujeres que muestran predisposición demasiado lasciva o ambiciosa, por un lado, o ingenua y crédula por otro.
El ensayo de Córdova Rosas demuestra que la riqueza de las culturas —en particular la andina a través de la narración popular— se encuentra en su capacidad de impregnarse de las otras antes que colisionar con ellas. Esa es la magia que irradia la literatura.

Publicado en Suplemento Cultural Solo 4 del diario Correo de Huancayo, el sábado 29 de setiembre de 2012.